Al terminar sus estudios, a los 18 años, en 1993, haciendo a un lado sus propios temores y los de su familia, toma sus pocas pertenencias personales, deja las casa de sus padres y se monta en un tren rumbo a Praga, la capital de la naciente República Checa, con la idea de estudiar fotografía y convertirse en fotógrafa, su gran sueño.
En Praga se inscribe en una escuela de fotografía y estudia durante tres años, alternando sus clases con extenuantes trabajos como vendedora y camarera que le permitieron sobrevivir y pagar sus estudios.
Fueron tiempos difíciles, en medio de una pobreza increíble, compartiendo diminutas habitaciones con extraños y sin poder disfrutar de la comodidad de un cuarto de baño o un tocador para ella sola. Incluso tenía que usar una fuente pública para ducharse.
Las promesas de mejores tiempos, mayores oportunidades y una vida menos azarosa para la juventud que había escuchado años atrás, cuando ocurrió la Revolución de Terciopelo y sobrevino el final de la Guerra Fría, no llegaban para ella ni para el pueblo checo.
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