domingo, 1 de noviembre de 2009

VERONIKA ZEMANOVA 4

Terminó sus estudios, se convirtió en una fotógrafa y con sus pocos ahorros, consiguió abrir su propio estudio fotográfico en un modesto piso con equipo adquirido a crédito. Sin embargo, una noche de 1997, antes de que pudiera terminar de pagar el crédito, sucede un hecho desafortunado que cambiaría su vida: le roban de un estacionamiento un auto prestado cargado con todos sus equipos de fotografía y queda literalmente en la calle, sin un medio de subsistencia y muy endeudada.
Esta situación, unida a la presión de sus acreedores, la obliga inicialmente a trabajar detrás de las cámaras como asistente de un fotógrafo de sesiones eróticas y luego a considerar una de las propuestas que le habían hecho: trabajar delante de ellas como modelo de desnudos y topless. Esta última decisión la llevaría con el tiempo a convertirse en una reconocida estrella del softcore no solamente en su país sino en el mundo entero.

Sin embargo, sus comienzos en este sórdido mundo no fueron fáciles, a pesar de su increíble belleza y talento. Tuvo que lidiar en Europa con agentes y fotógrafos inescrupulosos que minaban constantemente su autoestima y maltrataban sus valores como persona.

Su primer trabajo como modelo erótica fue una sesión de fotos en un famoso castillo checo de sadomasoquismo (S&M) de la región de Moravia, adonde fue llevada con engaños por un fotógrafo de la agencia que la había contratado. Allí, vestida de cuero y con látigo en mano, pasó tres días complaciendo las fantasías bizarras de un grupo de alemanes depravados que habían pagado gruesas sumas de dinero para ser disciplinados y humillados por mujeres checas, incluída la majestuosa Veronika.


Por este trabajo recibió un pago de seis mil coronas checas, insuficiente para pagar sus deudas. Por eso, nuevamente con engaños, tuvo que aceptar una oferta del dueño de la misma agencia, un pervertido sexual, en su concepto, para que lo fotografiara en su apartamento de Roma mientras se masturbaba delante de la cámara. Después de estas dos desagradables experiencias, Veronika no deseaba saber más del negocio. Siguieron tiempos de lucha silenciosa hasta que finalmente, en una especie de catarsis, asimiló que el abuso personal y profesional que había sufrido era realmente un asunto de envidia y manipulación. Se prometió entonces no permitir nunca más que su visión de lo que ella era como persona fuera empañada o amilanada por el trabajo, la gente o las circunstancias. Sería una promesa difícil de mantener.


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