domingo, 1 de noviembre de 2009

VERONIKA ZEMANOVA 5

En 1998, forzada por las circunstancias y sin hablar una sola palabra de inglés, Veronika Zemanova aborda un avión para su primer vuelo a Los Angeles, programada para trabajar como modelo de glamour con el famoso fotógrafo Stephen Hicks. Su estadía en Los Angeles no es muy agradable: durante varias semanas tiene que dormir sobre el piso desnudo de una casa vacía con una sencilla y delgada manta como única protección.
Sin embargo, sus fotografías llaman la atención del público y su melancólico rostro, de suaves y expresivas facciones, comienza a conquistar las revistas. !Había nacido una estrella!. El siguiente paso natural en su carrera parecía ser el modelaje serio de pasarela, pero esta posibilidad ya se había cerrado inexplicablemente para Veronika por haber comenzado su carrera como modelo de desnudos, sin importar que fuera más hermosa que las cotizadas supermodelos de la época o tuviera un registro perfecto y refrescante ante las cámaras.

Encasillados en el estilo del momento, los fotógrafos de modas le decían que era demasiado sexual, que sus pechos naturales eran demasiado grandes, que su cara era demasiado expresiva, y otros pretextos. Dejando a un lado su promesa, ella terminó por creer estas razones y dejó de insistir en el modelaje fashion.



La pérdida de oportunidades en el cerrado círculo de la moda se convirtió a la postre en la ganancia artística de Veronika Zemanova en el amplio mundo del entretenimiento adulto. Puesto que su nombre y su imagen ya eran conocidas, comenzó entonces a ser contactada por fotógrafos, modelos y agentes importantes del medio, y a recibir jugosas propuestas para trabajar en proyectos más profesionales. El dinero llegaba cada vez más fácil y seguido.




Como ella misma lo confesaría, aparecer abierta de piernas en revistas mostrando sus partes íntimas no era el tipo de vida que había ambicionado, pero el dinero lo paliaba todo. Para la época (finales del siglo XX), su tarifa diaria mínima para modelar era del orden de los quinientos dólares estadounidenses por sesión, pero con frecuencia recibía mucho más que esa cantidad.

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