Juanjo Oliva tiene vocación de coser costura y se le nota. Un biombo como telón de fondo sirve al creador para anunciar en sombras proyectadas cada uno de los pases de su colección. Después, el vestido surge a la luz de la pasarela como la pieza constante y los patrones arquitectónicos, como la novedad. Los 80 aparecen en forma de sedas, gasas y tafetanes con el fin de componer una silueta altamente femenina. Porque el negro y la sofisticación van de la mano, el disenador ha unido y desarrollado estos dos conceptos en cuatro partes: la primera, más rigurosa y estructurada; la segunda, llena de color y ligereza; la tercera, con la fibra dorada como invitada, y una última en la que los modelos de fiesta se deslizaban en ocasiones con cinco metros de cola. Al final, varias modelos posan formando un pasillo del que surge Oliva. El mensaje: la elegancia es profundamente personal.
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