Popper propuso el término "la teoría conspirativa de la sociedad" para criticar la metodología de Marx, Hitler y otros a los que consideró engañados por el "historicismo" (la reducción de la historia a una evidente e ingenua distorsión a través de un análisis crudamente formulado, predicado en una agenda repleta de suposiciones insensatas).
Karl Popper argumentó que la ciencia se escribe como un conjunto de hipótesis falsables; aquellas teorías y aseveraciones que no admiten ninguna posibilidad de falsación son consideradas metafísicas o no científicas. Críticos de teorías conspirativas argumentan en ocasiones que muchas de ellas no son falsables y entonces no pueden ser científicas. Esta acusación es a menudo correcta, y es una consecuencia necesaria de la estructura lógica de ciertas clases de teorías conspirativas. Éstas toman la forma de aserciones existenciales, alegando la existencia de alguna acción u objeto sin especificar el sitio o momento en el que puede observarse. La falta de observación del fenómeno puede entonces ser siempre el resultado de buscar en el lugar equivocado (esto es, de haber sido engañado por la conspiración). Esto hace imposible cualquier demostración de que la conspiración no existe.
Sin embargo, el uso de la falsabilidad como criterio para distinguir entre ciencia y no ciencia ha sido criticado por un buen número de académicos. Entre ellos están notablemente los una vez estudiantes de Popper:
Thomas Kuhn,
Paul Feyerabend e
Imre Lakatos, que argumentan que ninguna teoría es falsable en el sentido de Popper, y que como consecuencia Popper representa erróneamente el proceso real de descubrimiento científico.
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